Tinder es una aplicación móvil para “conocer gente” (ligar) que funciona mostrándote fotos de personas que se encuentran cerca. Pasando las fotos, eliges quién te gusta y quién no, y cuando eres correspondido por alguien, su imagen aparece en una sección especial de “matches” donde puedes chatear con esa persona.
Llegar a esa segunda fase implica que tenemos que convertirnos en usuarios activos. Para ser correspondidos antes tenemos que haber dado “me gusta” a otros usuarios. El tiempo que tardemos depende de nuestro atractivo, pero también de la cantidad de personas que hayamos seleccionado.
En esta inquietud por ser correspondido, el usuario se ve seleccionando imágenes de personas que no conoce. El movimiento que se vuelve mecánico, como un trabajo de procesamiento emocional de datos. Si haces un esfuerzo de imaginación puedes sentir cómo tus gustos se van almacenando en bases de datos, que con ayuda de a de reconocimiento facial podrán calcular los algoritmos que determinan el atractivo sexual.
En gran medida, las “multitudes inteligentes” de las redes sociales están formadas por usuarios movidos por un ansia de gustar y de “conectar”, lo que les hace vulnerables.
Tinder es en realidad una herramienta para alimentar bases de datos de geolocalización y de percepción del atractivo físico, un conocimiento que puede ser extremadamente útil para el diseño de campañas de marketing, de selección automatizada de personal, o de cualquier otro experimento de manipulación social.
Solo se puede acceder a la aplicación a través de Facebook, lo cual implica un interés en conocer las identidades reales de las personas; no tanto su nombre concreto, sino quienes son en términos de edad, sexo, clase, etc..
A nivel subjetivo, la mecanicidad con la que pasamos las fotos puede resultar liberadora, mientras nos imaginamos que estamos abriendo la puerta a nuevas posibilidades y nos sentimos más “dueños” de nuestro destino. En cierto sentido, cosificar al otro -tratarlo más como imagen que como persona- nos libera un poco de la ansiedad del rechazo. Y a la larga aceptamos que es necesario saber “promocionarse” y “venderse bien” con fotos que muestren nuestras virtudes físicas y nuestro atractivo social (coche, yates, viajes, playas, fiestas).
No se trata solo de la explotación del trabajo cognitivo-emocional del usuario que selecciona interminablemente a personas en función de su atractivo, sino que además afecta directamente a nuestras prácticas relacionales y a nuestra autopercepción.
En este tipo de aplicaciones los hombres tienen un incentivo para intentar ligar en masa, lo que facilita a su vez que las mujeres se reafirmen en su condición de sujeto-objeto de deseo. De este modo, estas plataformas afectan al modo en que se configura la identidad social-sexual de sus usuarios, por medio de las normas y valores de interacción que les animan a seguir.
Esto ya sucedía en otros espacios, como los antros, la diferencia es que en la plataforma digital existe un control pormenorizado de los patrones de interacción, así como una capacidad -y un interés- superlativo en la gestión de los datos que producen los usuarios; y éstos, movidos por sus necesidades emocionales, se sienten impulsados a aceptar las normas, procedimientos y valores relacionales que se les proponen.
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