Con un revolver Lemat en la cabeza y con los ojos entrecerrados por los hematomas en los pómulos. observas como la luna ilumina el agua de la lluvia que choca en la capa de contaminación que envuelve la ciudad, la gotas brillantes y grasosas de agua chocando parecen diamantes destrozándose en el aire, las graves lesiones provocan que veas todo a 60 cuadros por segundo.
La putrefacta y corrupta ciudad
que te abrigo, te huele bien, todo tu perjurio te envuelve la memoria, el único conflicto que te atañe en este
momento es neuronal y ha ganado la culpa y el arrepentimiento, perdiste, por
eso disfrutas el fulgor de las gotas de lluvia acida que nunca habías
contemplado.
No hay otro escenario que puedas
observar, el andrógino ser con cabeza de oso que te torturo y empuña el arma que te aprieta la nuca te dice
palabras que no entiendes, sabes que es un célico verdugo, lo sabes por los
cadáveres pútridos esparcidos por el gran apartamento, los cuales conservan en
el rostro el gesto del remordimiento.
─Está bien ─ murmuras
con dificultad, por la quijada destrozada.
La humanoide cabeza de oso gruñe,
respira fuertemente como un jabalí enojado y te moja con su apestosa mucosidad,
acerca a tu oído su gran boca ensalivada.
─Te odio, tu felonía es más
hedionda que todo este podrido óbito y
tu guano enfrentamiento a la existencia es la deyección de la adulterada
ontología humana─ se incorpora y sonríe mientras su dedo cochambroso jala el
gatillo.
La entrada del plomo provoca
espasmos en tu cabeza y caes como costal de maíz, tu mirada se pierde en una
gota que cae con similitud a tu deceso,
conforme ambos se desparraman,
paulatinamente se escucha de
banda sonora el coro de “The children of the revolution” de T-Rex.
ARTURO DUBEY.
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